Imagen de La mirada de cristal
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De Miquel
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En el camino de vuelta, una niebla rápida y espesa interrumpe la primavera, hurtándole a la vista la
línea del horizonte y la senda. Unos minutos más tarde, una fría lluvia hace su
aparición y la decide a guarecerse en una vieja cabaña de cazadores abandonada, que
le cae de paso. Una vez instalada en el único banco de la arrasada
estancia, huele al polvo y a la humedad rancia de los lugares abandonados hace mucho. Solo se escucha el viento y el
repiqueteo del aguacero en el tejado.
En un momento dado, un pesado y extraño silencio la envuelve... de pronto, le da por pensar que no está sola, siente que
en algún lugar del tiempo en ese mismo banco que fue ocupado por otras almas,
le están preguntando no por la razón de su invasión sino por su marcha
prematura. No sabe bien que está ocurriendo, pero percibe que no es una extraña
entre ellos. Hay algo de ella en ese lugar. Como una huella de vivencias, de suaves ideas que trae el viento, susurrándole al oído la memoria de otra época ya pasada y olvidada… que se desgrana de nuevo ante sus ojos, como una melodía
inalcanzable...
La asalta un escalofrío cuando alguien a su espalda, murmura un: “por fin
escapaste y aprendiste el camino de regreso” mientras pasa la mano dulcemente
por sus cabellos húmedos…
Al girarse, la lluvia ha cesado y ha oscurecido. Un remolino ha
abierto de nuevo la ventana por la que se coló hace un lapso indefinido de
tiempo y sabe que ha llegado el momento de partir. Una luna grandota y cercana la recibe al abandonar ese útero, del que sólo queda el estremecimiento del abandono de algo amado y un sutil aroma, que no le resulta desconocido.
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