miércoles, 14 de mayo de 2014

My way

Imagen de la Mirada de cristal
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He visto como el viento daba sobre los pájaros y ellos lo hacían suyo, abriéndole su interior.
Lorenzo Oliván.
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No sé si vamos devorando años o ellos nos devoran a nosotros. El caso, es que durante lo que a algunos les parece mucho tiempo y por el contrario a otros un suspiro… esta especie de carnicería mutua, que bien sabemos todos como acaba, tiene una importancia u otra, dependiendo de en qué punto concreto de esa, ciertamente extraña e inaprensible ‘línea temporal’ nos encontremos.

A este respecto, aunque está claro que cada uno lo vive a su modo, he tenido muchas veces la sensación de ir atravesando umbrales, y no siempre con el mismo ánimo. Porque no es lo mismo cruzar de la niñez a la adolescencia (que también cuesta lo suyo) que de ésta, a la juventud adulta, en donde la sensación que nos asalta, en principio y por lo general, (lo que no faltan nunca son excepciones) es agradable y de absoluto dominio de nuestras situaciones vitales. Otro tema, es pasar de esa juventud adulta a lo que nombramos como madurez, en donde muchas de esas verdades y sistemas, que creímos inmutables durante largos lapsos de tiempo, ya se nos han caído y con todo el equipo. Lo que no sé, si nos convierte en más sabios que escépticos. Probablemente en ambas cosas a un tiempo. Quizás, porque la auténtica sabiduría, consista en no dar nada por inmutable ni definitivo. Para seguir interrogándonos acerca de todo, con esa misma curiosa y palmaria ingenuidad del niño que seguimos llevando dentro, ahora, no obstante,  con la… no sé si llamarle ventaja… de todos los recursos que da la experiencia de lo ya vivido. 

Y quería hoy referirme de forma especial, a esos momentos concretos del ‘cruce’ de un lugar del tiempo a otro. No hablo de edades específicas, porque cada vida es una historia de connotaciones distintas, sino de una cierta evolución del estado de ánimo, que nos sitúa más allá o más acá de una línea tan abstracta como real. Bien es verdad, que tales sucesos acostumbran a llegar con ella (la edad). Lo que quiero transmitir, es que hay en esos traslados, normalmente graduales, como un cierto tiempo de cortesía para que nuestro cerebro y por supuesto nuestro cuerpo los asimilen. Son  momentos de  cierta indecisión... asimismo de confusión. Como cuando tenemos un pie en el agua y el otro todavía en la arena, porque aún no hemos decidido si nos vamos a zambullir o a permanecer al sol en ese agradable rincón en el que nos instalamos hace años y que aún parece estar a nuestra completa disposición.

Bien, pues no sé vosotros, pero yo tengo claro, o ya he aprendido… que a pesar de esa especie de falsa zozobra que genera la pérdida de un estatus de años, desde el mismo momento en que te lo planteas, sin prisa pero sin pausa, ha llegado el momento de ponerse en marcha hacia otro ciclo, por más pereza o incertidumbre que nos despierte. Y digo pereza, porque miedo a estas alturas, la gran mayoría, hace ya, que lo hemos desechado. Me parece además,  que intentar retrasar esos ‘tiempos’ es un error garrafal que desubica nuestro reloj interior de una forma imperdonable, que siempre termina por pasar una onerosa factura a quien no sabe verlo y asumirlo. La de abandonar etapa a la fuerza, con todo lo que ello conlleva, porque nunca será lo mismo, sentirse expulsado, de no importa donde, que abandonar de motu propio.

Aunque cada uno lo viva  a su manera.
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domingo, 4 de mayo de 2014

De lo cotidiano


Imagen hallada en Internet de origen incierto
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Para D.K.
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Hay actos, que podríamos definir como de rutina, por la regularidad o la frecuencia con que se producen. Y sin embargo, están lejos de la connotación peyorativa con la  que muchas veces adjetivamos nuestro día a día. Son esa pausa en el camino, que reconvierte ese firme por el que nos deslizamos en algo más liviano, y hacen asimismo, que nuestros itinerarios cotidianos no nos ‘aplasten’ de forma obvia. Creo además, que en según que casos o circunstancias, resultan totalmente necesarios para mantener el equilibrio. Incluso la cordura. Aunque tengo claro, que dicho término, es cada vez de más difícil y ambigua definición. Porque probablemente, en lo que todos estaremos de acuerdo, es en que vivimos en un extraño e incomprensible a todas luces… complejo mundo. A lo que ninguno, somos ajenos.

Hablo de hechos sencillos e imposibles de referir en su totalidad, afortunadamente, por su abundancia. Pero citaré algunos de los más comunes que se me ocurren, como por ejemplo, ese ‘café con o sin periódico’ sin prisas del domingo por la mañana al sol de cualquier terraza o jardín cercano. O en la cama. También, para el que lo tenga, del hábito de un paseo corriente, que nunca resulta el mismo aunque recorramos o nos detengamos prácticamente en los mismos lugares, todas las veces.  O de esa charla cómplice y buscada a menudo… que en la compañía adecuada, que todos sabemos procurarnos, provoca que cualquier tema abordado adquiera o pierda presión a voluntad y necesidad de los contertulios. Y que una vez finalizada, sin importar como o donde te halles, hace que te sientas renovad@ y llen@ de energía. Para muchos, entre los que me cuento, algo tan sencillo como la meteorología, al alcance de absolutamente todo quisque… resulta fuente de belleza y relajación, aún la más inclemente. Toda una maravilla, ver anochecer, amanecer, llover… tormentas y demás fenómenos que todos hemos disfrutado alguna vez.

Por no hablar, de esos tiempos de soledad tan necesarios, aún para aquellos que no son conscientes del relajo que representa la acción de estar y existir solo para nosotros mismos,  ‘dejando de ser’ para el mundo y sus convenciones. Por ejemplo y por citar de nuevo, algunos de las más sencillos, esa ducha de agua caliente o fresquita, a gusto del consumidor, después de un esfuerzo físico. O la natural introspección que se produce tras la lectura de un texto que nos ‘toca’ o ese mágico momento previo al sueño, del que difícilmente guardamos memoria… en donde nuestro yo se fuga a dimensiones desconocidas o al menos no recordadas claramente en nuestra materialidad, permitiéndonos un vuelo imposible en nuestro presente ‘real’. Otro de esos términos, ambiguo donde los haya...

En todo caso y para finalizar lo que largo está,  os deseo, felices y frecuentes vuelos.
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Texto, basado en las vivencias de dos amigas, en una soleada mañana de sábado.

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