Imagen de la Mirada de cristal
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He visto como el viento daba sobre los pájaros y ellos lo hacían suyo, abriéndole su interior.
Lorenzo Oliván.
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He visto como el viento daba sobre los pájaros y ellos lo hacían suyo, abriéndole su interior.
Lorenzo Oliván.
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No sé si vamos devorando años o ellos nos devoran a nosotros. El caso, es que durante lo que a algunos les parece mucho tiempo y por el
contrario a otros un suspiro… esta especie de carnicería mutua, que bien
sabemos todos como acaba, tiene una importancia u otra, dependiendo de en qué
punto concreto de esa, ciertamente extraña e inaprensible ‘línea temporal’ nos
encontremos.
A este respecto, aunque está claro que cada uno lo vive a su
modo, he tenido muchas veces la sensación de ir atravesando umbrales, y no
siempre con el mismo ánimo. Porque no es lo mismo cruzar de la niñez a la
adolescencia (que también cuesta lo suyo) que de ésta, a la juventud adulta, en
donde la sensación que nos asalta, en principio y por lo general, (lo que no faltan
nunca son excepciones) es agradable y de absoluto dominio de nuestras
situaciones vitales. Otro tema, es pasar de esa juventud adulta a lo que
nombramos como madurez, en donde muchas de esas verdades y sistemas, que
creímos inmutables durante largos lapsos de tiempo, ya se nos han caído y con
todo el equipo. Lo que no sé, si nos convierte en más sabios que escépticos. Probablemente en ambas cosas a un tiempo. Quizás, porque la auténtica sabiduría,
consista en no dar nada por inmutable ni definitivo. Para seguir interrogándonos acerca de todo,
con esa misma curiosa y palmaria ingenuidad del niño que seguimos llevando dentro, ahora,
no obstante, con la… no sé si llamarle
ventaja… de todos los recursos que da la experiencia de lo ya vivido.
Y quería hoy referirme de forma especial, a esos momentos
concretos del ‘cruce’ de un lugar del tiempo a otro. No hablo de edades
específicas, porque cada vida es una historia de connotaciones distintas, sino de una
cierta evolución del estado de ánimo, que nos sitúa más allá o más acá de una
línea tan abstracta como real. Bien es verdad, que tales sucesos acostumbran a llegar
con ella (la edad). Lo que quiero transmitir, es que hay en esos traslados,
normalmente graduales, como un cierto tiempo de cortesía para que nuestro
cerebro y por supuesto nuestro cuerpo los asimilen. Son momentos de cierta indecisión... asimismo de confusión.
Como cuando tenemos un pie en el agua y el otro todavía en la arena, porque aún
no hemos decidido si nos vamos a zambullir o a permanecer al sol en ese agradable rincón en el que nos instalamos hace años y que aún parece estar a nuestra completa disposición.
Bien, pues no sé vosotros, pero yo tengo claro, o ya he
aprendido… que a pesar de esa especie de falsa zozobra que genera la pérdida de
un estatus de años, desde el mismo momento en que te lo planteas, sin prisa
pero sin pausa, ha llegado el momento de ponerse en marcha hacia otro ciclo, por
más pereza o incertidumbre que nos despierte. Y digo pereza, porque miedo a estas alturas, la gran mayoría,
hace ya, que lo hemos desechado. Me parece además, que intentar retrasar esos ‘tiempos’ es un error
garrafal que desubica nuestro reloj interior de una forma imperdonable, que siempre
termina por pasar una onerosa factura a quien no sabe verlo y asumirlo. La de abandonar etapa a la fuerza, con todo lo que ello conlleva, porque nunca será lo mismo, sentirse expulsado, de no importa donde, que abandonar de motu propio.
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