
Retrato de Alice Vanderbilt (John Singer Sargent)
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"Compañera, usted sabe que puede contar conmigo,
no hasta dos o hasta diez, sino contar conmigo..."
M. Benedetti
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Que la mirada es importante en este espacio es obvio, sólo hay que ver como escogí titularlo. Siempre me ha llamado la atención de forma especial, la manera de mirar y la intención que se adivina en los ojos de no importa el ser. Humano o no...
Hace unas cuantas noches llegó hasta mí, diremos que de forma casual, la imagen que ilustra esta entrada. La expresión de esa joven del cuadro, me retrotrajo a una maravillosa parte de mi infancia en cuanto la vi. Me hizo pensar de inmediato, en el semblante soñador de alguien muy cercano y querido para mí. Una de esas presencias benéficas, con las que todos, o la mayoría... hemos tenido o deberíamos tener la suerte de tener contacto y de hallar amparo en algún momento de nuestras vidas. Fue y es aún, la propietaria de una brújula dorada y sin límites, siempre a punto tanto en los momentos ciertos como inciertos, sin importar las tormentas ni la dirección de los vientos.
Si pienso en ese lejano momento de mi niñez en que me interesé por la lectura, el cine o en esa tendencia clara y definida hacia la meteorología y el paisaje, incluso en mi afición a la Física... no andaba lejos esa mirada, en la que reconozco a mi mejor compañera de sueños y juegos ¡sin lugar a dudas!
Pero esto, no deja de ser una breve reflexión posterior a mi tropiezo con esa pintura. Y aunque sé que será pobre e injustamente limitado, el intento de reflejar en unas pocas líneas, tantas vivencias y sentimientos en común, desde que la mirada de ese cuadro me habita, no puedo dejar de pensar en algo que nos une de una forma muy particular.
Hubo un tiempo en nuestra infancia, a veces tan extraña y complicada como libre y solitaria, en que esa situación y esa unión indestructible casi a partes iguales, nos transportaba a mundos inalcanzables en nuestra cotidianidad. Eran días, en donde la soledad y la ausencia de adultos de un viejo y soleado caserón, eran sólo el marco de otra realidad mágica, por donde navegábamos en universos de ensueño que a muy pocos y en contadísimas ocasiones, permitimos compartir...
¿Recuerdas ese ruego imperioso "esta vez me toca a mí" de alguno de nuestros amigos de esa época? No hace tanto que uno de ellos confesaba, que ser el seleccionado les hacía sentirse como tocados por "la varita del hada" y añadía que todos sin excepción, conservaban aún en su memoria esa grata sensación.
Y mientras tu y yo, oficiábamos de anfitrionas y codirectoras de sueños y ensueños varios, sin importar mucho el porqué de esos encierros y retiros ocasionales que terminaron por ser casi un secreto privilegio... de los vetustos armarios, herrumbrosos baúles, arcaicas y apolilladas cómodas, polvorientos y velados desvanes, de aquella un tanto destartalada casona, surgían vaporosos tules, rutilantes lamés, esplendorosas y plumíferas boas, elegantes y extraños sombreros o deslumbrantes y olvidados trajes de fiesta, que utilizábamos como catalizadores de esos itinerarios fantásticos, que podían convertir una sencilla manta... en suntuosa jaima del desierto o en mágica alfombra voladora, que nos conducía a un colorido y abigarrado mercado persa del lejano Oriente, en donde luchábamos encarnizadamente contra un malvado Visir que nos cercaba con sus huestes.
Todo! absolutamente, estaba a nuestro alcance en esas horas de encierro involuntario, que nuestra imaginación sabía como convertir en horas de preciada libertad sin vigilancia. La sola presencia de una dorada y trasnochada cornucopia o un pesado y descolorido cortinaje de terciopelo, podían convertir en Palacio Versallesco ese antiguo y gran salón, que minutos más tarde una atrevida boa de plumas o unos sutiles botines de cordones, transformaban en divertido y bullicioso Saloon del Far West. Tampoco faltaba nunca, la carroza que se dirigía a todo galope hacia un duelo imposible de superar... despeñándose irremediablemente con la princesa en el abismo... pero a la que en el último y más comprometido instante, el capitán de un bajel pirata amigo, del que yo debía ser siempre e inexcusablemente, bajo tu tolerante aquiescencia, la capitana... salvaba de una muerte irremediable para terminar huyendo en un plis, izando la mayor a toda vela, gracias a un viento afortunado y salvador, con toda la tripulación...
Nada escapaba a la fantasía desbordante de dos recalcitrantes y empedernidas lectoras de toda clase de literatura fantástica, heroica y de aventuras. Espectadoras singulares, además, de un sorprendente e inaudito "cinema paradiso" de ese rincón perdido. Aunque en el fondo, en ese maravilloso valle del Arco Iris, en donde hadas, trasgos y duendes fueron compañeros inseparables de una insólita infancia, todos nosotros estuviésemos mucho más cerca de la desamparada y tierna Dorothy del Mago de Oz... y como a ella, ningún fantástico o hechicero mundo nos fue ajeno o lejano.
Mágicos, intensos e inolvidables días los que esa pintura ha traído a mi imaginación.
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