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Entra en la azotea oyendo el sonido de las sábanas ondeando con fuerza. Un vendaval húmedo de levante las hostiga haciéndolas restallar. El latigazo del viento le enmaraña el pelo delante de los ojos, dificultando la retirada de la colada. Cuando termina se aparta las greñas hacia atrás en un gesto maquinal, mientras apoya el barreño rebosante de ropa en la amplia balaustrada.
Siempre que sube hasta ahí le gusta hacer una pausa en sus quehaceres para quedarse un rato disfrutando del cielo y del paisaje. Ya se perciben los días claramente más cortos y el sol, ya muy bajo, promete un crepúsculo esplendoroso... su paleta de luz sesgada comienza a pintar de rosa el horizonte y las nubes, presurosas, corren veloces empujadas por el céfiro.
¿Adónde irán?.
Es ese momento en que el verano, ya agotado y cansado, comienza a coquetear con el Otoño. Mira hacia la alameda con su arboleda espesa aún espléndida y piensa que en breve ejecutará su anual sinfonía de dorados, colmando sus caminos y veredas tan bien dispuestos, de la hojarasca sobre la que tanto placer le da siempre caminar. Es un poco como volver a ser niño… ¡pero que lejos queda eso!
-¿Mamá?
-Sí…
-Ah! Estabas aquí.
-Es que necesito, bla bla bla...
-Bien, vamos pues…
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