
Ayer por la tarde, en un descanso de mis caminatas diarias por el paseo de la playa coincidí con tres “personajillos” que me hicieron retroceder a tiempos muy lejanos. El buen tiempo ha sacado del ostracismo hogareño a los más pequeños y los acerca al sol y al mar. Tres de ellos hablaban no muy lejos de mí, que sentada en un banco del paseo les escuchaba casi sin querer. No tendrían más allá de ocho o nueve años y se mostraban preocupados por que a uno de ellos lo cambiaban de “cole” y a lo mejor el curso próximo no se veían tanto. Pero de todas formas, al cabo de un momento volaban al viento una cometa totalmente ajenos a todo lo que no fuera su mundo.
Eso, despertó mis recuerdos.
Una tarde de finales de primavera, siendo niña, jugaba en un desván abarrotado de sueños, juguetes y cachivaches, en compañía de los dos primeros amigos escogidos por mí. En un momento dado alguno dijo que no quería crecer más. A lo que los otros dos nos apuntamos de inmediato. Quizás fue la primera vez que me sentí dueña de mis actos. Que mis palabras eran sólo el reflejo de mi voluntad. Interrumpimos nuestros juegos para hablar de ello, ninguno de los tres, entendía que gracia podía tener estar todo el día trabajando o sentado hablando y haciendo cosas de mayores. Además, tal como apuntó uno de ellos, no se les veía especialmente felices.
Teníamos clarísimo que ser mayor era aburridísimo y prometimos mediante nuestro juramento pirata especial, que por más que creciésemos íbamos a seguir jugando a todo, como si tal cosa. E hicimos un repaso largo y exhaustivo de a lo que no pensábamos renunciar de ningún modo. Aunque no lo recuerdo con la exactitud que me gustaría, si puedo hacer un extracto de lo más importante.
Por encima de todo íbamos a ser amigos para siempre. Años ha, que no sé nada de ellos, pero los sigo considerando mis amigos y tengo la certeza de que ellos a mí también.
No dejaríamos de creer en la magia ni en las hadas. ¡Of course!
Aparte de otros muchos destinos que sería largo y prolijo mencionar, los tres coincidíamos en que deberíamos viajar sin falta a Nunca Jamás. De hecho, alguno de nosotros vive ahí… (ver perfil)
Todos los días tendríamos un momento especial para seguir jugando a Piratas y Princesas… Y aunque lo de la aristocracia nos cae lejano, piratas, los hay por todas partes ¿verdad?
Seguir chapoteando en los charcos los días de lluvia, a pesar de las broncas que nos llevábamos al llegar a casa. Algo que he seguido haciendo con mis hijos siempre que he podido.
Podríamos dormir con nuestras mascotas y veríamos absolutamente todas las películas de dos rombos…
Y cada uno de nosotros expresó un deseo.
Uno de ellos quería tener un hermano para no estar solo en casa. Lo tuvo
El otro quería ser alguien importante cuando fuese mayor y hacer que los niños aprendiesen jugando. Lo es, y juro que lo dijo.
Y yo escogí vivir cerca del mar. Así es.
También intercambiamos tesoros en señal de amistad. Cada uno de nosotros debía poner a disposición de los otros dos algo que le gustase de verdad. Uno, se llevo algunas de mis canicas más preciadas y el otro un ejemplar firmado por una servidora de “El Corsario Negro” de Salgari y que en ese momento me dolió como si me arrancasen una muela a lo vivo. Yo me hice con una vieja caja de música, de las de cuerda, que aún conservo aunque no funciona y con una cometa, que alguno de mis hijos encontró hace años por un cajón y de la que nunca más se supo...
Los tres presagiábamos la separación. De hecho uno de nosotros, varón, fue el último año en que se le permitió “socialmente” jugar con niñas… y la otra, de mi mismo sexo, se trasladó de ciudad. Fue como una invocación al destino desde las postrimerías de una infancia, que aunque mágica, por diversos motivos fue más bien solitaria para los tres. Presentíamos que una época que ya controlábamos a la perfección y donde habíamos encontrado nuestro sitio, iba tocando a su fin y eso siempre crea cierta zozobra. Cuando un tiempo se acaba, muchas veces nos aferramos sin sentido a comportamientos, objetos o personas, que en el fondo sabemos que ya pertenecen a nuestro pasado. En un intento vano de permanecer en él.
Supongo que nos daba miedo perder nuestros sueños aún intactos, en el mundo que se nos avecinaba. Y es que crecer, en el sentido vital del término es algo como mínimo inquietante. Los cambios de ciclo dan muchas veces una sensación de pérdida de la seguridad de lo conocido. Algo que cuesta aceptar sin lucha interna. A nadie le gusta perder. Pero la vida nunca deja de ser una aventura de ese niño que todos llevamos dentro, un ir hacia lo desconocido a ciegas, avanzando como podemos detrás de nuestros sueños perdidos.
_______________________________________
