A menudo, desde que recuerdo, pienso en que los días tienen un sabor distinto dependiendo de algunas variantes. Cuando digo sabor, me refiero a una especie de gastronomía del estado de ánimo y de los sentimientos, condimentada por los últimos acontecimientos que nos atañen y aliñada por el tiempo en un sentido meteorológico. Su órgano degustativo sería el alma, éso que algunos sienten a la altura del hígado y otros tenemos, justo ahí, encima del estómago.
Soy capaz de percibir muchos tipos de sabores, con sus olores. Con los años, diría que voy para gastrónoma.
Distingo, días con sabor a sol, a lluvia o a "calma chicha".
Indolentes y apacibles con gusto a pereza en los que todo vale y está bien.
Días cruciales, con olor a temor y sabor a miedo. Con gusto a futuro o a pasado mezclado de nostalgia.
Eternos, de los que parecen no acabar nunca. Desechables, de los que no sirven para nada, quizás la mayoría...
Eternos, de los que parecen no acabar nunca. Desechables, de los que no sirven para nada, quizás la mayoría...
Con sabor a olvido, de los que sería mejor no haber vivido jamás y de los que no deseas acordarte nunca más.
Inesperados, de esos que quieres detener, pero se te escapan de las manos como el agua de entre los dedos...
Días inquietantes, en los que hasta lo mas seguro y recóndito es puesto en duda y puede salir a la luz.
Inevitables y decisivos, de los que marcan un antes y un después... imposibles de eludir... como los del nacimiento o de la muerte... u otros...
De azar, en los que no se sabe si la casualidad o la causalidad nos marcan el destino.
De azar, en los que no se sabe si la casualidad o la causalidad nos marcan el destino.
Alucinantes, en los que todo lo que sucede es nuevo y sorprendente.
Con sabor a esperanza, en los que todo puede tener lugar.
Y días inexplicablemente radiantes y brillantes, en los que sin motivo aparente y sin saber porqué? te sientes genial. Pocos, pero son esos los únicos que deberíamos retener en la memoria.