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Supongo que haberme tropezado inopinadamente al doblar una esquina, con el Cartero Real del Rey Melchor y una bulliciosa cola de enanos de naricillas coloradas esperando para entregar sus peticiones, con la ilusión de la fantasía pintada en su mirada, habrá influido lo suyo en lo que he escrito en esta primera entrada del 2010. Y es que a falta de nada mejor que hacer, mientras conducía de regreso de un breve viaje mi mente se ha perdido en sus acostumbrados sueños, elucubraciones y musarañas varias… algo que en mí se produce casi por defecto… Y aunque al final mis pensamientos no hayan viajado exactamente en dirección Melchoriana, si que me han dado el pistoletazo de salida para mis reflexiones.
Hay algunos momentos de nuestro recorrido vital que impregnan nuestra memoria de una forma especial y particular. Me refiero a esas primeras impresiones que determinan el sentimiento o la actitud que vamos a tener hacia algo o alguien determinado. Independientemente del rumbo favorable, o no, que le demos a esos impactos emocionales. Quizás la época más destacada en este sentido sea la infancia y también la adolescencia, más que nada, porque es en esas etapas cuando se producen más descubrimientos iniciáticos. Y cualquier experiencia lleva la impronta de lo primigenio. Y nos marca.
Por ejemplo, ¿quién no recuerda con pelos y señales… su primera sospecha sobre los Magos de Oriente?
Pero también, ¿quién no recuerda la primera vez que fue consciente de la inmensidad y belleza del mar?
O de una estrella fugaz…
De ese sentimiento, mezcla de amparo y placer de oír la lluvia repiqueteando en el tejado mientras la ves caer al amor del hogar, tras un cristal semi empañado.
O el íntimo solaz de pasear sobre un lecho de hojas secas en medio de la niebla de un bosque solitario y silencioso.
Y qué decir del gozo amable y el deleite de una música que nos llega…
¿También cómo olvidarse de un rechazo injusto e inexplicable…?
O del arrebato de sumergirse en las aventuras de una buena lectura que nos absorbe hasta aislarnos del resto del mundo y nos convierte en otr@...
Por no hablar del descubrimiento de la amistad por vez primera, ese querer estar con esa persona determinada y no con otra cualquiera.
El éxtasis de un primer beso…
O el dolor inexplicable e inesperado de una primera decepción amorosa...
Inolvidable… ¿verdad?
Entre muchos otros, incontables… son sentimientos, que dejan una huella imperecedera en nuestro ánimo y van a regir de patrón en el imaginario de nuestra sensibilidad y nuestras reacciones ante lo que la vida nos vaya deparando.
Pero para mí, en una muy humana y pura contradicción de mi descreído y cacareado cartesianismo, de todas estas sensaciones, la más significativa y a la que considero especialmente el descubrimiento más fundamental de mi infancia y uno de los de mi vida es:
La Fantasía…
Ese poderoso rapto, amable o no, del pensamiento que es capaz de transportarnos a cualquier mundo posible, más allá de los confines de lo real, con solo imaginarlo. E independientemente de los motivos de esa evasión de lo material, creo que todos los niños sienten esa necesidad del ensueño. Y algunos adultos entre los que es mi deseo contarme también… Estimo que más allá del anhelo que pueda haber de suprimir los límites de la realidad que nos cierne o de embellecerla… hay sobre todo un empeño del ánimo en seguir manteniendo la mirada ilusionada del niñ@ que fuimos y que pervive en nuestro interior.
Cuando todo era aún posible…
De hecho, creo que para muchos de nosotros sigue siendo nuestro “yo” más auténtico. Y a menudo, no en vano vivo en Nunca Jamás, en algunas noches mágicas, con cualquier nimia excusa como la de hoy… mi Peter Pan particular viene a buscarme para llevarme en un hechicero y prestidigitador vuelo más allá de esas fronteras de lo objetivo, de lo tangible… que nos somete y nos aprisiona…
Hoy, mi amigo me ha llevado hacia un bello recuerdo del pasado, de esos que todos poseemos, y que tal vez, cualquier día recree en una entrada… y me ha permitido abrir las alas para emprender un fantástico viaje.
Deberíais probar…
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