lunes, 15 de octubre de 2012

Una razón...

                                         Imagen hallada en Internet de origen incierto
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                                       Para S.V.
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Hace unos días en una red social a la que estoy adscrita desde hace un tiempo y en la que participo de forma un tanto irregular y bastante puntual, llegó hasta mí un breve texto de alguien a quien admiro mucho. Se trata de una pequeña pero significativa parte del discurso de ingreso en la RAE de Ana María Matute, lo que me hizo recordar  el comentario que un lector habitual  de La Mirada de cristal dejó en una de mis entradas, porque amablemente creyó que de alguna forma me concernía. En esta ocasión la autora es Soledad Puértolas y el escrito pertenece asimismo a su discurso de investidura como académica. En mi opinión, cada uno en su estilo, ambos pasajes  guardan  una gran similitud, probablemente porque versan sobre lo mismo.

En ellos, las dos escritoras a las que admiro sinceramente, explican el sentimiento íntimo y último que les inspira la escritura…  y como llegaron a ella. O quizás debería decir, como las “atrapó”. A la distancia justa y oportuna, por supuesto a  años luz de la excelencia de ambas, me identifico total y absolutamente en esas letras. En las de las dos.

Casualidad o causalidad, el recordatorio de Ana María Matute que me transporta hasta el de Soledad Puértolas,  llegan en un momento que afecta a este espacio y por ende, a mí, a partes iguales. Incluso me atrevería a afirmar que también a muchos de los que mantenéis un blog abierto desde hace ya un cierto tiempo… Me refiero, a que estoy casi segura de que casi todos  los que estáis en la misma circunstancia que describo en mi entrada anterior, si examináis vuestro blogroll, encontraréis en él, casi las mismas bitácoras activas que inactivas… Parece como si poco a poco, sin importar las causas, se fuese perdiendo la motivación si no para escribir… sí para seguir publicando. Por no alargarme y en un análisis más que somero, se podría decir que más allá de la vanidad  que comporta el hecho de hacer públicos nuestros escritos y que puede llegar a convertirse en una molesta obligación (de las que todos vamos más que sobrados) el hecho de mantener estas bitácoras, llega a cansar.  No así, el hecho de escribir… que creo una elección a la recíproca. Los que escribimos, mejor o peor, ninguno comenzamos en ello “ayer”. Hay en todos los que lo hacemos, un lejano "click" de inicio. Como un punto de partida. Cada uno posee el suyo... o él nos posee a nosotros... resulta difícil dilucidarlo.
  
En fin, estoy segura de que si leéis ambos fragmentos, entenderéis mucho mejor lo que torpemente intento transmitiros. Y quizás, como yo, alguno de vosotros encuentre en ellos una razón para seguir  haciendo llegar nuestros “para nada”, a través de la red de redes. A pesar  de esta vorágine que nos envuelve y que por momentos  parece que vaya absorbernos.
   

“ Porque escribir, para mí, ha sido una constante voluntad de atravesar el espejo, de entrar en el bosque. Amparándome en el ángulo del cuarto de los castigos, como apoyada en algún silencioso rincón del mundo, me vi por vez primera a mí misma, avanzando fuera de mí, hacia alguna parte a donde deseaba llegar. Hacia una forma de vida diferente, pero certísima, aunque nadie más que yo la viera. En las sombras surgía, de pronto, la luz; recuerdo que ocurrió un día, al partir entre mis dedos un terrón de azúcar y brotar de él, en la oscuridad, una chispita azul. No podría explicar hasta dónde me llevó la chispita azul: sólo sé que todavía puedo entrar en la luz de aquel instante y verla crecer. Es eso lo que me ocurre cuando escribo.(...)

Porque escribir es, qué duda cabe, un modo de la memoria, una forma privilegiada del recuerdo; yo sólo sé escribir historias porque estoy buscando mi propia historia, porque acaso escribir es la búsqueda de una historia remota que yace en lo más profundo de nuestra memoria y a la que pertenecemos inexorablemente.

Escribir es como una memoria anticipada, el fruto de un malestar entreverado de nostalgia, pero no sólo nostalgia de un pasado desconocido, sino también de un futuro, de un mañana que presentimos y en el que querríamos estar, pero que aún no conocemos, una memoria anticipada, más fuerte aún que la nostalgia del ayer, nostalgia de un tiempo deseado donde quisiéramos haber vivido.

La literatura es, en verdad, la manifestación de ese malestar, de esa insatisfacción expresada de tantas maneras como escritores existen; pero también es, sobre todo, la expresión más maravillosa que yo conozco del deseo de una posibilidad mejor.

Para mí, escribir es la búsqueda de esa posibilidad. Una búsqueda, sin duda. Y, a veces, hasta feroz. Algo parecido a una incesante persecución de la presa más huidiza: uno mismo. Esta búsqueda del reducto interior, esta desesperada esperanza de un remoto reencuentro con nuestro «yo» más íntimo, no es sino el intento de ir más allá de la propia vida, de estar en las otras vidas, el patético deseo de llegar a comprender no solamente la palabra «semejante», que ya es una tarea realmente ardua, sino entender la palabra «otro». Es el camino que un escritor recorre, libro tras libro, página tras página, desde lo más íntimo a lo más común y universal. Sólo así lo personal se vuelve lícito.
Ana María Matute.


"De los cuentos que me leyeron en la infancia y que luego leí y fui escogiendo por mi cuenta, me fijaba sobre todo en aquellos personajes que se quedaban un poco atrás, un sapo desorientado, un elefante patoso, una gallina de plumaje deslucido. Más tarde, cuando entraron en mi vida relatos que trataban de gente parecida a mí, de niñas inquietas y soñadoras que no entendían el mundo de los adultos y que preferían refugiarse en sus fantasías, comprendí que en la vida había muchas pistas que parecían asuntos secundarios y que daban pie a historias verdaderamente principales.

Era yo, al escogerlas, al ir descubriéndolas e inventándolas, quien las convertía en principales. Finalmente, eso es lo que hago cuando escribo ficciones, convertir en protagonistas a personajes que, antes de ser escogidos, podían pertenecer al universo de lo secundario.
Soledad Puértolas

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